Mirarse en el espejo y verse atractiva, sentirse madre mientras se amamanta a un hijo. En definitiva, sentirse mujer. Lo que es mera rutina para unas, se transforma en el sueño de otras. Porque todas estas experiencias son arrebatadas a multitud de féminas cada año por culpa del cáncer de mama. Perder un seno, e incluso los dos en casos extremos, supone un tropiezo en el camino que muchas mujeres se ven incapaces de remontar.
La mastectomía es un precio demasiado alto a pagar que se apodera de la autoestima y la moral. Y para los sentimientos, no existe precio alguno. Pero, a pesar del llanto, la furia, y la agonía inicial, hay quien se resiste a caer en el pozo de la amargura y levanta el vuelo. Sofía es una clara muestra de ello, su indescriptible vitalidad y sentido del humor, son un ejemplo a seguir por multitud de mujeres que, como ella, han perdido la mama. Hace 22 años, ella misma detectó que algo no funcionaba como debería.
Sentada en el sofá de su casa descubrió que tenía un pequeño bulto. «En aquella época las revisiones no eran lo que son hoy día. Fui al ginecólogo y me dijo que no cundiera el pánico porque no era nada de lo que hubiera que preocuparse». A pesar de todo, decidió que se lo extirparan cuanto antes. En efecto, algo no iba bien. El pequeño bulto que parecía en un principio se había transformado en un tumor de tres centímetros. Los resultados de las pruebas fueron esclarecedores. Tenía cáncer y aunque habían extirpado un foco, se había extendido. Lo único que podía hacer era someterse a una mastectomía radical y quizás, en un futuro someterse a una operación de aumento de pecho.
Este ultimátum también lo vivió Mª Carmen hace diez años. Aunque en su caso, y a sus 58 años, la incertidumbre y la duda tintinean todavía en su mente. Ella solía realizarse revisiones periódicas cada año. «Tengo antecedentes familiares por lo que acudía a visitas regulares. Pero en una de las consultas el ginecólogo me dijo que podría esperar dos años para realizarme la siguiente revisión. Cuando acudí, me detectaron el tumor. Tal vez, si no hubiera esperado esos dos años, todo habría sido diferente».
La noticia cae como un jarro de agua fría. El estómago se estremece, la mente no es capaz de digerir lo que los oídos están escuchando. «Impacta muchísimo», explica Carmen. «No lo asimilas. Es como si nada encajara». Los planes de futuro, la familia, lo que aún falta por hacer… Todo se agolpa y la cabeza no atiende a razones. «Tenía clara mi sentencia de muerte y pensaba ¿qué me va a pasar ahora? Fue horroroso», comenta Sofía.
Sin embargo, supieron sacar fuerzas de flaqueza y entraron en el quirófano. Ahora, Sofía ríe mientras recuerda cómo dedicó a su marido un: «Encantada de haberle conocido», mientras la camilla en la que se dirigía a la sala de operaciones se alejaba de él, pero lo cierto es que estaba aterrorizada y convencida de que no sobreviviría, por lo que por dentro se despidió de su pequeños de 3 y 6 años con una tierna mirada.
Cuando la operación terminó pasó un año sin ver apenas a nadie. Las duras sesiones de quimioterapia y radioterapia le hicieron perder el pelo y mucho peso. De los 70 kilos que pesaba, se quedó en apenas 34. «Es como si te arrancaran una parte de ti. No quería ver ni hablar con nadie porque no me sentía nada atractiva. Estaba como ausente, no tenía ni fuerzas ni defensas. No era yo. Me pasaba el día llorando, tomaba antidepresivos y me pasaba las horas durmiendo».
Carmen, al contrario, quiso verse en seguida. Ponerse ante el espejo y observar quién era ahora. Entró en el baño acompañada de su hija, se quitó el esparadrapo que la cubría y se quedó contemplando su nueva imagen. «Te dicen que no te preocupes, que tiene arreglo, pero lo cierto es que te sientes furiosa y asustada». «Piensas que tu marido va a dejar de quererte porque has dejado de ser atractiva». Se habían convertido en pobres marionetas que bailaban al son de la mano de la desesperanza. Sin embargo, supieron romper las cuerdas que las ataban y cambiaron sus destinos. «Me dije a mí misma que no podía seguir así.
Si tenía que vivir cinco o seis meses, los viviría plenamente, saldría adelante», cuenta abiertamente Sofía. Y vaya si lo hizo. Hoy, las cosas más insignificantes para cualquier persona son muy importantes en la vida de Sofía. «Intento vivir la vida. Disfruto tanto del sol como de la lluvia». «Vuelvo a mi película. Acudimos a los hospitales y les hablamos de nuestra experiencia, les damos folletos informativos y “prótesis de primera puesta” de algodón para que se vayan habituando».
El mensaje es claro. Carmen no duda en hacer hincapié en que «no hay que engañarse. Es duro, pero hay que mirar hacia adelante y no preguntarse el por qué, sino aceptarlo conforme llega». De lo que no cabe duda es de que el valor es, junto al apoyo de la familia lo que más ayuda. Hay que ser capaz de abrirse la camisa y mostrarse al mundo. Gritar: ¡aquí estoy y sigo viva! Porque la valentía no es enfrentarse a una bestia, sino llevar la verdad por delante y admitir la realidad.