El paso de los años desgasta también el rostro, llegando incluso a eliminar o desdibujar ciertos rasgos faciales. La microimplantación permite introducir en la epidermis pigmentos capaces de devolver al rostro su apariencia anterior, así como corregir, reparar o reconstruir zonas dañadas.
El maquillaje permanente nace en el Extremo Oriente como una versión del tatuaje clásico. A la milenaria técnica, realizada con caña de bambú, se incorpora en el siglo XX la tecnología y llega a los países occidentales en los años sesenta.
En España se populariza en la década de los noventa. Frente a la perpetuidad del tatuaje tradicional, este sistema permite modificar la forma y los colores elegidos. Además, puede aplicarse en zonas donde aquel podría resultar peligroso por la profundidad cutánea que conlleva y la peor calidad de los tintes empleados.
“Nosotros trabajamos sólo sobre la epidermis con pigmentos de origen vegetal que el cuerpo asimila muy bien y los hace suyos”, comenta Belén Martín, esteticista del centro de estética Cocoon Imagen de Granada. La novedosa técnica supone la microimplantación de pigmentos hipoalergénicos que se introducen en la epidermis a través del epitelio con una aguja muy fina.
¿En qué consiste la técnica?
El proceso de fijación dura unos ocho días, aunque hasta transcurridos veinte no se producen los resultados definitivos, ya que el color varía considerablemente a lo largo de este ciclo.
Los pigmentos se hacen un hueco entre el propio pigmento de melanina, pero hay que tener en cuenta que los anticuerpos absorben una parte y la piel rechaza de forma natural el resto. “Cuando se realiza la primera vez es necesario aplicar un repaso porque en el transcurso de este tiempo se suele perder un 40% del pigmento”, continúa Belén Martín.
Tras la cicatrización, que se produce en torno a los 20 días, aparece una nueva epidermis y el resultado final. A partir de entonces, la propia renovación celular hace que el pigmento pierda intensidad de forma paulatina y llegue a desvanecerse al cabo de tres o cuatro años.
Es lo que se conoce como periodo de degradación del pigmento y que, dependiendo de cada tipo de piel, tiene una duración variable. En líneas generales, la implantación se mantiene en toda su plenitud a lo largo de tres años.
En las pieles muy envejecidas y secas puede durar entre cuatro y cinco años, mientras que sobre una epidermis muy joven y grasa, la permanencia puede ser de tan sólo año y medio. También influye mucho el tono elegido, de tal forma que los más oscuros permanecen más tiempo. Se aconseja un seguimiento del tatuaje y lanzarse a una segunda micropigmentación antes de que se degrade por completo. Los resultados suelen ser mucho mejores que los de la primera vez.
Más allá de la belleza
Durante el llamado periodo de consolidación del pigmento es necesario cuidar la zona para favorecer su adaptación. “Hay que darse mucha vaselina sobre la zona maquillada durante los tres o cuatro días que siguen a la intervención. La vaselina mantiene la piel jugosa, empapada la costra que sale tras la aplicación e impide que ésta se lleve más pigmento al caerse”, puntualiza Belén Martín.
Hay que saber que a lo largo del periodo de consolidación del pigmento los cambios de colores son continuos hasta su total fijación. A la hora de hacer las mezclas, hay que tener en cuenta o anticiparse hacia que colores van a degradar los pigmentos aplicados.
La dermopigmentación se utiliza para modificar formas o dar color, sobre todo en cejas y labios, pero no sólo está enfocada al mundo de un salón de belleza. La técnica también resulta ideal para corregir, reparar o reconstruir zonas dañadas.
En este sentido se emplea para camuflar manchas cutáneas o cicatrices. El efecto óptico conseguido emula con éxito ciertas intervenciones de cirugía estética sin necesidad de pasar por el quirófano. Dentro de esta línea, la micropigmentación es muy efectiva para simular las areolas mamarias de aquellas mujeres que han sido sometidas a la estribación de un seno.
Cocoon Imagen | Cirugía y Medicina Estética
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